Un hombre está acusado de morderle el dedo a otro durante una pelea. Un testigo de la fiscalía sube al estrado y el abogado defensor le pregunta: “¿Usted vio a mi cliente morderle el dedo a ese hombre?”. “No”, dice el testigo. “Ajá”, sondea el engreído abogado, “entonces, ¿cómo puede estar seguro de que él lo hizo?”. “Bueno, lo vi escupirlo”.
Siempre recuerdo esta historia cuando escucho a oficiales de la administración de Trump afirmar que nadie puede juzgar su “plan de paz” o el denominado “acuerdo del siglo” antes de que sea publicado. Pero no necesitamos esperar, hemos visto a Washington escupir una política hostil tras otra durante los últimos dos años, lo que no deja duda acerca de sus intenciones de humillar a los palestinos y a los árabes para que se sometan.
Desde reconocer a Jerusalén como la capital de Israel y cerrar la oficina de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Washington, hasta cortar las ayudas a UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina) y alentar a Israel a anexar más territorios palestinos ocupados, la administración Trump está haciendo todo lo posible para otorgarle legitimidad internacional a la ocupación israelí de Palestina.
Como era de esperarse, los palestinos han rechazado lo que consideran la “bofetada del siglo” y se niegan a participar en cualquier reunión que tenga como objetivo facilitar su implementación. Pero ¿por qué tantos gobiernos árabes, que en repetidas ocasiones han manifestado su apoyo a los derechos nacionales palestinos en un Estado propio, están facilitando, participando y apoyando un taller la próxima semana en Baréin para planear y financiar la implementación de un acuerdo siniestro que no han visto, a sabiendas de que sus arquitectos rechazan la autodeterminación palestina?
Décadas de fracaso árabe
El orden árabe oficial ha fracasado miserablemente en lidiar con Israel desde su fundación como “Estado judío” sobre las ruinas de la patria palestina hace siete décadas.
Inicialmente trataron, de manera infructuosa, de imponer una solución por la fuerza, perdiendo una guerra tras otra. Luego trataron de llegar a una resolución diplomática de la cuestión palestina con Israel y fracasaron de nuevo.
Durante más de un cuarto de siglo, confiaron a los Estados Unidos, el aliado más cercano de Israel, el manejo del “proceso de paz” y continuaron apostándole a la buena voluntad de Washington, a pesar de su gestión deshonesta y su total fracaso en conseguir la paz.
Y hoy, mientras los fanáticos sionistas que encabezan la diplomacia de la administración Trump, como Jared Kushner, Jason Greenblatt y David Friedman, se jactan de su total y completa aceptación de las políticas más radicales de Israel en Palestina, y al tiempo se niegan a compartir los detalles de su plan, los regímenes árabes están subiéndose al tren de Trump en contra del consejo y la súplica de sus hermanos palestinos.
En otras palabras, después de haber fallado en resolver el problema palestino, varios regímenes árabes están hoy dispuestos, de mala gana o no, a eliminar la causa palestina de una vez por todas.
Pero ¿por qué traicionarían la libertad palestina de forma tan flagrante, barata y humillante?
Bueno, algunos líderes como el saudí, el emiratí y el bahreiní están apoyando con entusiasmo el acuerdo estadounidense a fin de eliminar todos los obstáculos para una alianza estratégica trilateral en el Golfo Árabe, con Estados Unidos e Israel contra Irán. Otros, como Jordania y Egipto, son incapaces de decirle no a su patrón, Estados Unidos, por temor al aislamiento o a represalias, en especial cuando la administración Trump está ofreciendo recompensas financieras.
Pero, sobre todo, es porque los regímenes árabes, primordialmente antidemocráticos, están motivados por la autopreservación, no por la unidad, la seguridad ni el interés. Palestina es un recordatorio permanente de su fracaso absoluto. Habiendo perdido toda la legitimidad popular, la credibilidad nacional y la influencia regional, estos regímenes están recurriendo a los Estados Unidos en busca de apoyo y protección. Y eso tiene un costo muy elevado.
Por fortuna, la gente del mundo árabe comparte un sentimiento y una lealtad diferentes.
El significado de Palestina
A lo largo del siglo pasado, de cambios tectónicos en el mundo árabe y musulmán (del colonialismo al panarabismo y luego al islamismo, y de los despertares a las revoluciones y luego a las contrarrevoluciones), Palestina ha persistido como un símbolo de resistencia contra la opresión.
Los líderes árabes y otros líderes de Oriente Medio han usado la causa de Palestina para sus propios y estrechos intereses, dada su popularidad entre las masas. De hecho, defender la causa de Palestina y Jerusalén, aunque solo sea retóricamente, les ha otorgado cierto grado de legitimidad nacional y regional sobre su gobierno.
Por ejemplo, los ayatolás en Teherán y los gobernantes sauditas en Riad pueden estar en desacuerdo en todo, excepto en el apoyo público a Palestina y Jerusalén. Después de la revolución iraní de 1979, el ayatolá Jomeini abrazó la causa de Palestina y dedicó un día especial en el calendario iraní para celebrar Al Quds (Jerusalén en árabe).
Del mismo modo, durante las últimas cinco décadas, los gobernantes sauditas han patrocinado varias iniciativas para Palestina, incluyendo una reunión de la Liga Árabe en Riad en 2018, denominada “cumbre de Al Quds”, apenas pocos meses antes de que su aliado más cercano reconociera a Jerusalén como capital de Israel.
Al mismo tiempo, aquellos que se han atrevido a ir públicamente en contra de la causa palestina han pagado el precio con sus vidas: ya fuera el rey Abdullah I de Jordania (fallecido en 1951), el presidente Anwar el Sadat de Egipto (fallecido en 1981) o el presidente Bachir Gemayel del Líbano (fallecido en 1982).
Símbolo de libertad
Si bien muchos líderes árabes han sido astutos u oportunistas en su enfoque de la causa palestina, las masas árabes han estado detrás de ella de manera inequívoca e incondicional, algo que la administración Trump seguramente aprenderá por las malas.
La mayoría de los árabes, incluyendo los palestinos, jamás han puesto un pie en Palestina ni en su capital Jerusalén por una razón obvia: la ocupación israelí. Pero la causa de Palestina y Jerusalén trasciende la geografía y la geopolítica. Trasciende incluso a los palestinos como pueblo y a Palestina como patria.
Durante décadas, Palestina ha sido un símbolo de resistencia contra la hegemonía y la dominación extranjeras, ya sea británica, francesa o estadounidense.
En los 100 años transcurridos entre la promesa de Gran Bretaña de una patria judía en Palestina en 1917, cuando los judíos constituían menos del 10% de la población, y el reconocimiento de los Estados Unidos de Jerusalén como la capital del “Estado judío”, los mundos árabe y musulmán siempre han asociado la expansión de Israel a expensas de Palestina con la dominación occidental, y han mantenido por ello un resentimiento hacia Occidente.
Esto siempre ha sido una fuente de antagonismo sin fin contra las potencias occidentales, así como contra la unidad. Ya se trate de saudíes e iranís, afganos y pakistanís, o islamistas y liberales, no importa en qué puedan estar en desacuerdo los musulmanes política o ideológicamente, seguramente se unirán detrás de Palestina, lo que constituye un cierto grado de amenaza contra los intereses estadounidenses (y otros intereses occidentales) en la región.
Cuidado con la sinergia árabopalestina
Al igual que las formas previas de resistencia palestina, los levantamientos populares palestinos han inspirado marchas solidarias por todo el mundo árabe. Algunos de los jóvenes, que se cortaron los dientes en esas protestas después de la segunda intifada, lideraron las manifestaciones de la Primavera Árabe una década después.
Incapaces durante mucho tiempo de expresar sus quejas contra sus gobernantes, los árabes han proyectado sus sueños y aspiraciones en Palestina. Una y otra vez la denominada calle árabe se ha levantado en solidaridad con la Palestina ocupada y en reacción a su propia ocupación interna.
No es coincidencia que hoy día, cuando la unidad árabe está en desorden y los regímenes árabes están en su etapa más represiva, también están ansiosos por apaciguar a los Estados Unidos. Tampoco es casualidad que quienes se opusieron a la Primavera Árabe se apresuren a normalizar relaciones con Israel.
A medida que la administración Trump explota la fatiga general en las capitales árabes a fin de disolver la causa palestina de una vez por todas, esta bien puede reunir a palestinos, árabes y musulmanes en contra de sus políticas y lacayos de Oriente Medio.
Es solo cuestión de tiempo para que los responsables de la toma de decisiones en los Estados Unidos lamenten su política imprudente hacia Palestina.