Había una vez un hombre llamado Ibn Gudán, quien relató así su historia: “Una vez salí durante la primavera y vi mis camellas sanas y con grandes ubres llenas de leche. Miré mi camella favorita y me dije que la ofrecería como caridad a mi vecino, que era pobre y tenía siete hijas. La tomé y golpeé en la puerta de mi vecino; cuando él abrió le dije: ‘Por favor, acepta esta camella como un regalo de mi parte’. Él quedó anonadado, sin palabras. Se benefició mucho de esa camella; solía beber su leche y cargar en su espalda la leña que recogía”.
Más adelante, terminó la primavera y llegó el verano con sus altas temperaturas y sequía. Los beduinos comenzaron a moverse de un lugar a otro en búsqueda de agua y pasto.
Ibn Gudán añadió: “Nos pusimos en marcha buscando agua subterránea en este amplio desierto. Entré en uno de esos agujeros para sacar algo de agua mientras mis tres hijos me esperaban arriba, pero ¡me perdí entre esos túneles subterráneos y no podía salir!”.
Los tres hijos esperaron por tres días a que su padre saliera del hoyo, pero él nunca apareció. Pensaban que se había perdido y había muerto de hambre. De hecho, lo querían muerto para apoderarse de su fortuna, y se apresuraron a su casa, dividiendo de inmediato su dinero entre ellos. Entonces, recordaron que su padre le había dado al vecino pobre una camella, así que fueron con él a pedirle que la regresara: “O nos devuelves la camella y tomas este camello a cambio, o la tomaremos por la fuerza y no obtendrás nada”.
El vecino pobre dijo: “Le informaré a su padre lo que están haciendo”.
Le dijeron: “¡Él ya está muerto!”.
El vecino exclamó: “¿Muerto? ¿Qué? ¿Cómo pudo pasar eso? ¿Dónde murió?”.
Le respondieron: “Se metió en un túnel subterráneo y nunca salió”.
El vecino les dijo: “Tomen la camella, no quiero su camello, solo llévenme a ese agujero”.
Los tres hijos llevaron al vecino al hoyo y lo dejaron. El vecino tomó una cuerda, la amarró a una roca cerca del hueco, encendió una antorcha y se arrastró por el túnel. Siguió arrastrándose más y más adentro de ese agujero hasta que olió a agua. De repente, escuchó gemidos y siguió avanzando, sondeando en el barro hasta que tocó el cuerpo de un hombre. Puso sus manos sobre su nariz para asegurarse de que aún respiraba, y lo sacó de ese hoyo después de vendarle los ojos para protegérselos de la fuerte luz solar de afuera.
El vecino rescató a Ibn Gudán, lo alimentó con algunos dátiles y luego lo cargó sobre su espalda y lo llevó a su casa. Ibn Gudán fue devuelto con vida.
El vecino pobre le preguntó: “Ibn Gudán, dime cómo pudiste sobrevivir una semana entera bajo tierra”.
Ibn Gudán le contestó: “Cuando me perdí dentro del hueco y no pude salir, me senté junto a un manantial de agua para no morir de sed. Sin embargo, el agua sola no me mantendría con vida, así que después de tres días estaba muy hambriento y no sabía qué hacer. Me eché sobre mi espalda y puse toda mi confianza en Al-lah Todopoderoso, seguro de que Él me salvaría de la calamidad. De repente, sentí gotas de leche cayendo en mi boca, así que me senté, pero no pude ver nada pues allí había una oscuridad absoluta. Sentí una olla de leche cerca de mi boca y solía beber de esa olla hasta que me sentía lleno, luego la olla desaparecía. Esto ocurrió tres veces al día, pero hace dos días que ya no apareció más la olla, y no sé por qué”.
El vecino le dijo a Ibn Gudán: “Yo puedo decirte por qué. Tus hijos pensaron que estabas muerto, así que vinieron a mí hace dos días y se llevaron la camella que me regalaste, y esa era la camella que producía la leche de la que estuviste bebiendo todos esos días dentro del agujero. De hecho, los musulmanes están a la sombra de sus obras de caridad”.
Anas Ibn Málik, que Al-lah esté complacido con él, narró que el Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, dijo: “Las buenas obras lo protegen a uno contra una muerte mala y desafortunada, contratiempos, enfermedades y fatalidad. De hecho, la gente bondadosa en esta vida es la gente bondadosa en el Más Allá” (Al Albani: Sahih).