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¿Por qué sufre la gente? (parte 10 de 10)

La existencia de Dios y el problema del mal

Conciencia de la insignificancia de este mundo
{¡Oh, creyentes! ¿Por qué cuando se los convoca a combatir por la causa de Dios, responden con desgano? ¿Acaso prefieren la vida mundanal a la otra? Los placeres mundanos son insignificantes respecto a los de la otra vida} [Corán 9:38]
Las muertes súbitas, los horrendos actos de violencia, y los desastres naturales son solo algunas de las formas en las que Dios muestra la insignificancia de este mundo. Estos trágicos eventos nos recuerdan que la vida –sin importar cuán larga sea– es un viaje que debe concluir. En un pestañeo y sin advertencia, las cuchillas del tiempo cortan esperanzas, sueños y alegrías. Estos “males” nos recuerdan que todos en la tierra perecen y son rápidamente reemplazados por otros como si nunca hubiesen existido.
Dios dice: {Sepan que la vida mundanal es juego, diversión, encanto, ostentación y rivalidad en riqueza e hijos. Es como la lluvia que genera plantas que alegran a los sembradores con su verdor, pero luego las ven amarillearse hasta convertirse en heno. En la otra vida, ustedes recibirán un castigo severo o el perdón de Dios y Su complacencia. La vida mundanal no es más que un disfrute ilusorio} [Corán 57:20]. Este versículo maravillosamente ilustra cómo se esfuerzan los granjeros solo para ver su trabajo perecer al final de la temporada. Esta analogía muestra cómo toda la seriedad que vemos en el mundo hoy en día será –en un instante– como un juego sin sentido y una competencia fútil, excepto el caso de aquellos que invirtieron en ganancias para el más allá.
Los humanos rápidamente olvidamos por varios motivos. Una razón por la que “olvidamos” es la conveniencia: cuando la impaciencia nos tienta con la gratificación instantánea, esto requiere perseguir resultados conscientemente. Es por ello que a veces Dios interrumpe la dulzura de la vida antes de que bajemos la guardia y nos aferremos a su lujo, olvidando nuestro propósito. Para no engañarnos con que hemos sido creados para este confort efímero, Dios nos despierta con “males” y nos trae de nuevo al estado de alerta. Como dijo C. S. Lewis: “Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en la conciencia, pero nos grita en el dolor: es Su megáfono para despertar un mundo sordo”.
Similarmente, Ibn Al Qaiem dijo: “Es por Su misericordia (del Poderoso y Majestuoso) que tiñó esta vida mundanal y la hizo imperfecta. Fue para que no se sintieran cómodos o seguros en y sobre ella, y para que aspiren al disfrute ilimitado en Su morada y en Su compañía. Entonces, en realidad, Él los privó para darles, y los probó para aliviarlos, y les dio la muerte para darles vida [eterna]”.
Dios conoce a la perfección la tendencia humana a desobedecer y no actuar, y por eso a veces nos saca de ese estupor. Dios sabe que casi nada puede despertar al vigor excepto la tribulación, entonces, periódicamente energiza nuestras vidas con alguna turbulencia. Una vez despiertos y revitalizados, los humanos se dan cuenta de su existencia, y se sienten propulsados con una nueva urgencia a vivir por algo más grande que ellos mismos. Por esto, es a través de esos “males” que se plantan las semillas de la excelencia humana y la gente no solo descubre su potencial y se renueva, sino que migra a una estación profunda de trascendencia: vivir con Dios, por Dios y de Dios en este mundo y el próximo.
Producir la excelencia humana
{Y si hubiera querido habría elevado su rango [en esta vida y en la otra, preservándolo], pero se inclinó por los placeres de este mundo y siguió sus pasiones. Se comportó como el perro que si lo llamas jadea, y si lo dejas también jadea} [Corán 7:176].
En lo más profundo de cada persona hay maravillosas características que no solo aumentan nuestra calidad de vida en este mundo sino que nos recuerdan de nuestro estatus en él. Sin embargo, esas virtudes morales frecuentemente son encadenadas por las ataduras de la comodidad y la complacencia, y solo se manifiestan durante desastres o desgracias. En los terremotos y las diversas crisis aparecen los valores de altruismo, coraje, generosidad y fraternidad. Las personas esclavizadas por sus lujos no conocen su propia humanidad más que su cáscara exterior, y se ven impedidas de descubrir su potencial más allá del consumismo. Pruebas como ser huérfano o no tener una vivienda, o irse a dormir hambriento han despertado talentos y heroísmo en tantas personalidades admirables a nuestro alrededor. Estas pruebas tallaron en ellos las virtudes de la tenacidad y la perseverancia, lo cual a su vez les permitió hacer historia. Piensa en las grandes mentes y descubrimientos que solo existieron tras derramar sangre, sudor y lágrimas. Incluso en nuestras vidas personales cada desventaja y fracaso nos dan nueva vida y resolución, permitiendo un nuevo nacer luego de que se esfuman los dolores y sufrimientos. Una vez llegado este “nuevo ser” nos permite ver que el problema no era enorme ni una nube negra que nos perseguía, sino que eran nuestros pesados párpados que no nos dejaban ver los radiantes rayos del sol.
En su libro, Una teodicea iraní, el afamado filósofo John Hick describe cómo las almas se “crean” como resultado de “encontrarse con el mal” en el mundo, y explica cómo un mundo sin tentaciones o elecciones nunca podría ser un medio en el que florezca la excelencia humana. ¿Cómo se puede elogiar a alguien encarcelado durante 10 años por no consumir estupefacientes, cuando no tuvo acceso a ellos durante ese tiempo? ¿Cómo podemos celebrar que alguien no se desvíe si el desvío no existe en primer lugar? En realidad, la vida en el plano Divino es una subida a escalar para el ser humano, en la cual él o ella ascienden a la grandeza atravesando el camino espinoso y luchando contra su propia debilidad.
Con relación a esa subida y su pináculo, Dios dice: {En cambio, los que creen y obran rectamente son lo mejor entre todos los seres creados} [Corán 98:7]. Algunos compañeros del Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, como Abu Huraira, que Al-lah esté complacido con él, comentaron ese versículo diciendo: “Incluso mejores que los ángeles”, y por obvia razón: aquellos que sienten inclinación a pecar pero se mantienen en el camino recto con paciencia, se desempeñan mejor que los ángeles, quienes no cometen pecados pero tampoco tienen libre albedrío para hacerlo. De esta forma, una vez limpios de pecados y cuando solo permanecen sus buenas obras ganadas a base de esfuerzo, los ángeles se juntarán en los lugares de permanencia de esos siervos piadosos con admiración, tal como dice Dios: {Luego, los ángeles ingresarán ante ellos por todas las puertas, y les dirán: “¡La paz sea sobre ustedes! Porque fueron perseverantes [en la adoración]. ¡Qué hermosa es la recompensa de la morada eterna!”} [Corán 13:23-24].
Conclusión
{Si la verdad siguiera las pasiones [de los que se negaron a creer], los cielos, la Tierra y todo lo que hay en ellos se habrían corrompido} [Corán 23:71].
Cuando consideramos “el problema del mal” tal como lo plantean los ateos, vemos que sus quejas son muy simples: primero, buscan una divinidad populista que sirva a las masas, un dios que no se decide ya que las masas constantemente fluctúan en sus ideas de qué es lo deseable e indeseable, un dios sin autonomía excepto la capacidad de satisfacer los deseos de las masas que Él creó. En ese sentido, los ateos rechazar creer en Dios a menos que deje de ser Dios y no sea siquiera igual al hombre, sino servil a él. Segundo, los ateos buscan un ser humano que no tenga la facultad de ser tal: el albedrío, un ser humano que no pueda hacer el bien porque no puede hacer el mal, un ser humano que funciona como el motor de un reloj o como un robot, un ser humano reducido a un muñeco cuyas emociones son tan mecánicamente simuladas como las de los semáforos.
En el “mundo ideal” del ateo no hay felicidad porque no hay tristeza, ni éxito ya que no hay fracaso. La gente conocería de antemano el resultado de sus acciones y desaparecería la dulzura del triunfo porque no habría posibilidad alguna de derrota. Ninguna persona tendría necesidades, y entonces nadie tendría emoción por lo que depara el futuro. Nadie estaría desaventajado de forma alguna, lo cual significa que todos estarían moldeados de forma idéntica sin diferencias entre ellos de riqueza, salud, belleza, reputación e inteligencia. Es interesante que aquellos que viven con el mayor nivel de lujo posible, sin la más mínima dificultad en sus vidas, sean generalmente aquellos que encuentran menor sentido a la vida y terminan en el suicidio. De forma similar, los ancianos que se jubilan y dejan de trabajar y cobran su pensión a menudo no pueden encontrar sabor a la vida una vez que el duro trabajo que realizaban para lograr cosas y la inseguridad son cosas del pasado. Es por esto que “el mundo ideal despojado de mal” que el ateo busca es uno silencioso, muerto y vacío; un mundo más trágico que todo el sufrimiento que se nos pueda ocurrir; un mundo que, gracias a Dios, solo existe en la imaginación del ateo.
El musulmán, por otro lado, reflexiona en el universo y descubre que todo apunta a la Grandiosidad de Dios y Su sabiduría, al mismo tiempo que se da cuenta de que un ser finito como el humano nunca podrá comprender por completo la majestuosidad y conocimiento de Dios. Cuando extiende eso al “problema del mal”, la confianza que tiene el musulmán en la sabiduría de Dios es suficiente, incluso cuando no conoce los detalles de cómo esa sabiduría funciona en esta vida y en el más allá. De la misma forma que el musulmán no niega los atributos de Dios por no conocer sus detalles a la perfección, tampoco lo hace con Su Sabiduría. El creyente no niega la sabiduría de Dios porque tiene la humildad para aceptar que no puede comprender el decreto de Dios por completo. Para ilustrar esto, imaginemos un musulmán parado ante una persona que se queja con angustia. El sufrimiento de cualquier criatura es indeseable, desde luego, pero podría ser que ello fuera una expiación de pecados de la persona, o una prueba a su paciencia, o un castigo por sus crímenes, o fue Dios que eligió inmovilizarlo por un tiempo para que no cometa otro acto que arruine su fe, o quizás Dios está fortaleciendo su voluntad en preparación para otras oportunidades que le esperan, o… las posibilidades son infinitas. Puede que no podamos identificar qué sabiduría específica yace detrás de una enfermedad dada, estamos convencidos de que hay decisiones ocultas en cada prueba. La certeza del musulmán y una convicción basada en la evidencia en un Dios que es el más Sabio informan su teodicea y brindan la siguiente conclusión:
El universo con todos sus males, de diversos tipos y niveles, es precisamente lo que un creyente espera de un Dios Todopoderoso, Omnisapiente y Misericordioso; un Dios que creó al ser humano tal como lo describe en el Corán, preparado para la sabiduría mencionada en el Libro Sagrado y para los resultados en el mismo también. Por ese motivo, el musulmán no se encuentra en un dilema teológico o un vacío desesperanzador al confrontar el problema del mal. Por el contrario, encuentra optimismo en la vida y la ve como una breve fase de su gran existencia llena de oportunidades.
 

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